Existía (existe) una “bonita” melodía por el año de 1976 que decía: “Soy el anticristo, soy un anarquista. No sé lo que quiero, pero se como obtenerlo”. Se llamaba “Anarkhy in the U.K”. Buenos y muy lejanos tiempos, eran de esos tiempos en los que el punk, encabezado por los Sex Pistols, era la crítica más temida del establishment y la monarquía, la voz violenta de una nación sin futuro, desgarrada por el desempleo, huelgas, algo totalmente desmoralizante que recorría a la gran Bretaña. Censurados, prohibidos, a la cabeza de todas las listas negras de la nación. Energía pura y dura sin más salida que el estallido en esa olla de presión.
La cosa es más relajada ahora. En Londres, se vive en relativa armonía, sin temor. ¿Será que las cosas están mucho mejor que en los setentas? De muchas formas sí. Pero el gobierno laborista está muy lejos de ser lo que pensaron los ingleses al celebrar su triunfo. La anarquía es global, por supuesto, pero bien que se filtra en el Reino Unido, por los canales sangrantes de lo que fue la guerra de Irak, los múltiples escándalos del gabinete de Blair, la amenaza terrorista, la decadencia de los servicios públicos, la privatización de ciertos sectores. En el siglo XXI, las calles de Londres han visto las más nutridas manifestaciones registradas en su historia en contra de decisiones gubernamentales, nada lejano a lo que vivimos en México. Entre la buena onda y los múltiples placeres de la vida londinense, su generosidad, su grandeza y frivolidad, se divisan hogueras de duda y de inconformidad. ¿Regresará la anarquía algún día? Lo dudo.
¿Y cuál será el punk de hoy? Habrá, quizá, que cabalgar otros caballos que no sean los de la rabia y el descontento o la impunidad. Está por demás visto y comprobado que el alarido de los Sex Pistols termino en eso: un grito seco que se apaga, sin ecos. El legendario Johnny Rotten quedo peor que el anticristo, abjurando para siempre su grito de anarquía. Viejo y cansado, hace de repente programas tipo “Big Brother” para “celebridades”. Ahí acaban nuestros grandes héroes. Triste y dura realidad.
